Me siento en el mediterráneo, al borde del alba, casi al fin
del mundo. El eco del océano se lleva mis tristes pensamientos, y los diluye en
su silenciosa profundidad, suavemente los diluye… los solvata en sal, los solvata
en oscuridad, los hace invisibles y eternos.
Lo mejor que puedo hacer es sentarme allí, como todas las
tardes de sábado, para terminar la semana con menos pensamientos y quizás la
esperanza de volver a empezar. Porque en tardes como estas, la luz de tus ojos
eclipsaba el brillo de la luna, me envolvía en su tímida mirada, tan dulce, tan
reservada, tan enigmática.
Y como la brisa que acaricia el mediterráneo tus palabras se
agotan, la sensación de ti se va atenuando, y solo queda un vacio insoportable,
un silencio impotente, y un estado natural que inevitablemente me arrastra,
como las olas al olvido.
No hay arma más mortífera que el silencio y dolor más agudo
que tu ausencia.
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